miércoles, 11 de febrero de 2009

12 libros, pero cuáles





Parte de mi labor como escritora de literatura infantil está ligada también a la promoción de la lectura. Los informes sobre compresión de lectura como consecuencia de evaluaciones a nivel mundial, arrojaron que en nuestro país de cada diez niños, ocho no comprenden lo que leen. Esta deficiencia en la comprensión del texto que se lee se conoce como analfabetismo funcional, es decir el individuo sabe leer y escribir pero no puede usar estas destrezas con eficacia. Frente a esta realidad, el Estado a través del Ministerio de Educación implementa el Plan Lector, una estrategia pedagógica básica para promover, organizar y orientar la práctica de la lectura en los estudiantes de Educación Básica Regular con la finalidad de revertir nuestro déficit en comprensión lectora y que puedan, de esta manera, desarrollar la capacidad de leer y el hábito lector que les permitirá mejorar sus niveles de comprensión de lectura y acceder a otros aprendizajes.

La meta del Plan Lector es que los niños y jóvenes lean 12 libros al año. Estos libros, de acuerdo a la misma norma que impulsa Plan Lector y sus recomendaciones, deben ser leídos tanto por los estudiantes como por los docentes, con un apoyo en casa por parte de los padres de familia, poniendo énfasis en los autores propios de la comunidad, la región y el país.

Debido a la implementación de Plan Lector, la casa editorial donde ha sido publicada mi primera obra realiza una estrategia de impulso a la lectura que va desde asesoría a maestros, guías de lectura en internet, hasta encuentros directos de los autores con los niños que leen las obras.

Fue muy grato para mí comprobar en la visita que realicé a 20 colegios de Lima (durante 2008), el impulso a la lectura y sobre todo la recepción de esta actividad por parte de los más pequeños y lo jóvenes. Rodeada de afecto y admiración por parte de los chicos y chicas, de entre ocho y diez años, que han leído mi obra sentí de manera directa la importancia de impulsar la actividad lectora. No solo porque permitiría a los alumnos mejorar la compresión de los textos que lean, si no porque algo más se estaría generando. Descubrí que los chicos y chicas conversaban sobre cosas que usualmente no vienen en los textos didácticos. ¿ Por qué dices que en la naturaleza está la respuesta a nuestros problemas?, ¿ Por qué dices que las flores tienen alma?. Para mi el alma de las Dalias es la más bonita ( afirmaba un niño cuya mamá se llamaba Dalia), ¿ Crees en la amistad verdadera?, ¿Dónde duermen los sueños que no se realizan?, ¿ Se puede medir la alegría?, fueron algunas de las preguntas que me hicieron los niños y niñas en estos encuentros.

Más allá de los avances en sus destrezas verbales, poder comunicarnos a un nivel más personal y subjetivo, nos estaba abriendo la posibilidad de comunicar nuestros espíritus. Y es que en los textos didácticos, imprescindibles para recibir instrucción, todos debemos llegar al mismo conocimiento de las cosas y por ello su lenguaje es impersonal, objetivo y unívoco, mientras que el texto literario es todo lo contrario. A través de la lectura de textos literarios, es decir de su acercamiento con el lenguaje literario plasmado en cuentos, novelas, poesía, los niños podrán encontrar referencias a su mundo emocional, a sus afectos y sueños los cuales serán representados en estas historias, empezando entonces a desarrollar le joven lector su propia voz.

Sin embargo está dimensión doblemente importante en la formación de los que recién comienzan se esta negando a un gran número de niños y niñas. (La mayoría de colegios que visité son colegios particulares, sus padres están, unos con mayor esfuerzo que otros, en la posibilidad de comprar libros para sus hijos.)

Paralelamente a estos encuentros que promociona la editorial que me publica, participo en escuelas de ciudadanía dirigidas a los chicos de los sectores con menos recursos económicos de Lima. A este otro lado encontré muchísimas ganas de superación que se encuentran limitadas por la falta de recursos. Al igual que los otros colegios, los estudiantes de las escuelas públicas también tienen el reto de leer 12 libros al año. Intrigada por compartir opiniones con ellos sobre lo que están leyendo les pregunte que era lo que estaban leyendo para ese mes. Algunos respondieron mi pregunta otros no, la gran mayoría no. Pregunte por qué y la respuesta fue dura pero sencilla: no tenemos que leer.

Y es que si bien se puede dar una norma positiva como lo es el Plan Lector, el solo otorgamiento de la misma no originará su real cumplimiento. Conocedores de las carencias en infraestructura de las que adolecen las escuelas públicas, de la precariedad de sus bibliotecas y de los escasos ingresos familiares de los alumnos que a estas asisten será sumamente difícil lograr las metas trazadas por Plan Lector en estas instituciones educativas. Dada la emergencia educativa en la cual nos encontramos desde hace años, carente de libros, consenso y orientación, esta claro que esta tarea no solamente compromete a los colegios; compromete a todos los miembros de la sociedad peruana, y en especial del Estado que es el ente encargado de hacer cumplir los derechos fundamentales de todos los peruanos y peruanas sin exclusión de ningún tipo.

12 libros al año, pero cuáles, me preguntaron los chicos de una IEE de San Juan de Lurigancho. Les recomendé los que yo consideraba habían sido cruciales para mi a su edad, sin embargo no los encontraron en sus bibliotecas y menos aún pudieron comprarlos. Como consecuencia de ello recurren a resúmenes de las obras para llenar las evaluaciones a los programas de Plan Lector, perdiéndose de la experiencia maravillosa de haber estado en contacto pleno con el universo paralelo que fuera construido por el escritor a través de su obra.

En una conversación con una de las promotoras de Plan Lector de una gran editorial llegamos a la conclusión, y esperamos, en el segundo caso equivocarnos, que en lo que va de estos dos años de implementación del proyecto, se ha generado un fomento a la lectura que está creciendo en un sector de la población infantil y juvenil de nuestro país, (esto evidencia que el estimulo es el primer paso al desarrollo de capacidades), Este sector es aquel que puede pagar por los libros que lee. La otra cara de la moneda (segundo caso) es el lado los sectores pobres que siguen sin poder tener un acceso pleno y de calidad a los planes trazados, con la consecuente falta de estímulo concreto para el desarrollo de sus habilidades lectoras, abriéndose de este modo una brecha más de diferencias para las generaciones futuras. Sería terrible, al volver a ser evaluados, que el nivel haya mejorado sólo por sectores y que no se hizo extensiva esta mejoría a todos los niveles de nuestro país. Lo que es peor, cuando se nos vuelva a evaluar no se hará por sectores, porque se parte de la premisa de que los niños y niñas de un país tienen la misma valía, y por ende el resultado general arroje lo que está sucediendo de manera mayoritaria. Inmediatamente se dirá que este Plan, tan positivo en su esencia, fracasó, cuando no es así, no fracasará porque no sea bueno si no porque no se destinaron los recursos suficientes para el problema que pretender dar solución.

Convertir a un individuo en lector demanda un gasto que va más allá de la creación de bibliotecas. Las personas acuden a las bibliotecas cuando ya son lectoras. Involucra destinar presupuestos para la capacitación docente, para horas complementarias de actividad lectora dentro del aula, para la dotación de libros para cada persona que se pretenda entrenar en este hábito, así como en la sensibilización a los padres sobre la importancia del desarrollo de este hábito en la formación de sus hijos, sin contar con los destinados a campañas extras de promoción y publicidad.

Plan Lector no sólo beneficia a los niños y jóvenes como estrategia pedagógica, también incrementa el nivel de ventas de las grandes casas editoriales a nivel escolar. Sería bueno que las grandes editoriales en alianza con la sociedad civil ( Ongs, por ejemplo, que impulsan los derechos de los niños y adolescentes), consideren como parte de su responsabilidad social empresarial proyectos que busquen entregar textos de calidad a los niños y niñas de los sectores pobres de nuestro país, supliendo en parte la ausencia del Estado en la dotación de recursos para que Plan Lector llegue a la mayoría de nuestros niños como un derecho. Parte de las utilidades de una empresa no se deben medir tan sólo a través del crecimiento financiero si no en el impacto que su actividad genera en toda la sociedad.

Curioso fue escuchar a otro miembro de una casa editorial decir que los libros no se deben regalar, que las personas deben pagar algo aunque sea simbólico. Pretender que familias que viven sin empleo fijo o subempleadas, que no llegan ni de lejos a cubrir una canasta básica familiar destinen lo que no tienen a la adquisición de libros es una utopía, Plan Lector debe también destinar los recursos en una campaña de solidaridad con las grandes casas editoriales y sociedad civil para acercar a nuestros niños y jóvenes los libros que se les exige leer. Saber que deben llegar a la meta anual de lectura de 12 libros y no poder hacerlo por falta de recursos debe ser frustrante. No carguemos con una frustración adicional a nuestros jóvenes y empecemos desde ya una apuesta por hacer que todos los niños y jóvenes de nuestro país encuentren en los libros las herramientas que les permitan ser mejores que nosotros.

Rosa Carrasco Zuleta

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