miércoles, 11 de febrero de 2009
La princesa y el mar
No hay cosa que le guste más que caminar descalza. Romina siempre se las arregla para quitarse los zapatos y poder transitar por su hermoso palacio con los piecitos bien aferrados al suelo, tratando de apropiarse del mundo con este contacto. Caminar descalza es algo que no debe hacer una princesa a temprana edad porque sino le crecerán mucho lo pies y ya no le entrarán los zapatos de cristal.
La reina cada vez que la ve descalza la obliga a ponerse los zapatos, es más aprovecha para enviar a que la bañen, la peinen y la vistan como la pequeña alteza debe estar. Es en esos momentos que Romina se refugia en las faldas de su nana, quien sabe ser muy cariñosa y cumple las órdenes de la reina sin descuidar el afecto que debe prodigarle a la niña. Fermina, la nana, siempre prepara el agua del baño como a Romina le gusta, ni caliente ni fría, una temperatura que ella conoció desde niña cuando disfrutaba jugando con su madre en la playa, y que ahora llega tan sólo como un recuerdo.
Deja que Romina se remoje hasta quedar arrugadita, rodeada de animalitos de hule dentro de la bañera, patos, sapos, peces y hasta un león acompañan el baño de la niña, luego con unas toallas muy livianas la seca con cuidado y esparce delicadamente sobre su frágil cuerpecito un sedoso talco, con la suavidad que sólo las manos de alguien que nos quiere mucho pueden hacerlo. Toma sus cabellos como si fueran hilos de oro y los separa con cuidado para luego cepillarlos pausadamente sin causar el menor dolor.
- ¡Cuéntame Fermina!, cuéntame como trenzabas las canastas, le dice la princesa.
Fermina mira hacia el techo, suspira y, como en un ecran blanco humo ve pasar sus días de infancia, recordando como era en su tierra, el sol caliente sobre la arena, la brisa quemando su rostro hasta darle ese hermoso color canela, ella mirando a su padre pescar, se ve tejiendo con sus pequeñas manitos la paja para hacer las canastas.
- Desde chiquita mi abuela me enseñó a tejer la paja. Me sentaban en un banquito pequeño frente a la playa donde mi papa pescaba y junto con mi mamá, mi abuela, mi prima Dora y mi primo Juan empezábamos a separar la paja buena de la quebradiza, las colocábamos por tamaño y grosor, las largas y más finas para los tejidos más elaborados y las gruesas para las bases.- le dice Fermina
La princesa no quiere poco, lo quiere todo, quiere saber de los días maravillosos de la infancia de su nana, en aquella playa rodeada de guerreros en caballos de totora que salen al encuentro del mar.
- Dime más, mucho más- anota ansiosa la princesa
- No hay más, dice la nana, para ver si la niña recuerda algo.
- Como nada más, tú me contabas más, cuéntame todo, lo de los caballitos, lo del reino antiguo, ¿te acuerdas?.
Y Fermina recuerda orgullosa que su abuela le contó que ella pertenecía a un pueblo muy antiguo, de señores guerreros que creían que el mar, el sol y la luna eran dioses.
- Yo creo que si son dioses- increpa su alteza
- Ni lo digas, tu madre se molestaría, va a pensar que te estoy mintiendo, además tú sólo tienes un Dios y es el mismo que el mío.
- ¿Todos somos hijos del mismo Dios?- pregunta la niña
- ¿Por qué lo preguntas?, cuestiona la nana
- Porque somos distintas, mi cabello, mi piel, el color de mis ojos no son como los tuyos- responde la niña.
Sabiamente la nana, con aquella claridad que nos prodiga el amor le pregunta
- ¿ cómo eras cuando naciste?
- Pequeña, responde Romina
- Yo también nací pequeña e indefensa como tú, contesta Fermina.
- ¿ dime que sientes si no te alimentas?, pregunta ahora
- Siento hambre y hasta puedo morir, dice la princesa intrigada
- yo también, agrega la nana.
- ¿ Te gusta tener amigos, reir, querer y que te quieran?, vuelve a preguntar
- Si, sería muy infeliz sin tu cariño, dice la princesa
- Yo también soy feliz al reir, querer y saber que me quieres.- afirma la nana
Se abrazan riendo, la niña ha comprendido que si bien son algo diferentes en las cosas valiosas son iguales.
-Creo que eso ha respondido tu pregunta sobre Dios, todos somos sus hijos y por ello nos ha regalado el mar, el sol, la tierra ,la luna sin límites, rejas o puertas por abrir, para que todos podamos poseerlos. Aunque confieso que a mi me dio un regalo especial- dice Fermina
- ¿ Cuál?- pregunta intrigada la pequeña
- Me dio para cuidar una princesa de verdad, responde.
Romina rie y su nana le hace cosquillas. La princesa es feliz al lado de su protectora, quien mejor que ella para acompañarla en el grandioso castillo, tan bonito pero tan solo.
II
El sol ha comenzado a calentar y los reyes se mudan al palacio de verano, frente al mar. Con ellos llevan a toda la corte y también a la nana. La princesa esta feliz, ha hecho planes para el verano, sabe por las historias que le ha contado que su nana es una gran nadadora, que hasta sabe pescar. Piensa en las largas y maravillosas tardes que sentadas en la orilla en la orilla del mar tejerán grandes canastas donde guardar sus juguetes y hará una cunita de paja para su muñeca favorita, hasta un Caballito de Totora le pedirá que teja su nana y jugará en el mar con ella al antiguo reino de los señores que creían que el sol, el mar y la luna eran dioses.
Es de día y la princesa se levanta presurosa, va al comedor a desayunar con sus padres y les cuenta sus planes, que así como juega en la casa con su nana, así jugará en la playa a ser la princesa de un reino antiguo, donde las reinas no se parecían a su madre sino más bien a su nana, con la piel tostada por el sol y el cabello azabache brillando intensamente libre al viento.
- Fermina será la reina y yo su hija- cuenta la niña. Y ya le dije a Antonio que él será el hechicero que nos quiere secuestrar pero como el Mar es un dios bueno nos protegerá y por eso Fermina y yo nos refugiaremos en él para que no nos haga daño y ahí nadaremos y seremos libres y fuertes.
La reina mira al rey, quien lee distraído y le dice:
-Explícale a tu hija que ese juego no es posible acá.
- ¿ Cómo dices? ,pregunta el Rey
- Que el expliques a la niña que en estas tierras los sirvientes no pueden compartir el mar con nosotros.
La princesa no llega a comprender pero ve en el rostro de la reina y en el gesto de su padre algo de preocupación.
- Así es hija, aquí en este lugar no compartimos el mar con los sirvientes me temo que no podrás ingresar al mar acompañada de tu nana, ella sólo puede ingresar al mar una vez que el Sol se esta ocultando.
La niña se siente confundida, que maleficio habrá caído en este reino para que Fermina y las otras nanas no puedan ingresar al mar, ¿será que temen que si entra al mar con Fermina los antiguos guerreros volverán?, ¿será que esos guerreros no eran buenos y por ello el mar se los llevó?.
Como todo niño frente a lo absurdo pregunta a sus padres: ¿Por qúe?
El rey y la reina dan la única explicación que saben, porque sí, porque así son las cosas, y uno no puede ir contra ellas.
III
La princesa está triste y no sabe que hacer, sentadita frente al mar contempla su grandeza y al igual que en sus juegos cree que el es un dios bueno y como tal tendrá la solución al hechizo que no le permite nadar y ser libre al lado de la persona que más quiere, aquella que le da seguridad. Se para, sacude de su pequeño cuerpecito la blanca arena y descalza aferrada al suelo, como tanto le gusta entra de frente al mar, a lo más profundo de éste, a esperar que el hechizo se rompa y que su nana entre a buscarla y juntas nadar, mientras ese día llega, ella la esperará dentro de sus aguas, mecida como en su cuna por el vaivén de las olas, protegida por su inmensidad.
Rosa Carrasco Zuleta
(este cuento lo escribí en solidaridad con el operativo Empleada Audaz- 2007)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario